Un par de agujas corren al unísono atravesando el suelo níveo del papel. Inscriben en su trayecto líneas curvas, móviles, inquietas, que se cruzan, entremezclan, solapan y superponen, delineando caminos orientados hacia dos puntos en el espacio. Esos dos momentos diferenciados funcionan como núcleos magnéticos que atraen y repelen las parejas de surcos. En ellos se concentran hasta la saturación todas las sendas que recorren la superficie de la obra para salir expulsadas como flujos autómatas que vuelven y se revuelven, trazando en ese vaivén un encadenamiento elíptico, los contornos desbordados de dos grandes dahlias. Los caminos de diferente orientación se reúnen. Se vincula lo que transita separadamente. Se aglutina lo disperso, para dar forma.
Pero enfrente a esas flores de tinta hay otras dos zonas en la extensión del papel que las líneas esquivan como huyendo, y en ese movimiento de elusión van formando con su huella el contorno circular de dos áreas que, así, quedan vacías, sin tránsito, sin inscripción.
Esos dos silencios puros vuelven sobre nuestra mirada. La palabra ha sido deshabitada y demanda ser repuesta.
¿en dónde nos amontonamos a reproducir indefinidamente la forma conocida?
¿por qué nos escurrimos de esas otras superficies evitando ingresar a dejar nuestra huella?
Por Ana María Trejo, Estudió Derecho y Letras en la UBA. Cursó postgrados orientados a políticas públicas en Gestión Cultural, Derecho Administrativo, Servicios Públicos e Infraestructuras.
Texto de la obra, Buenos Aires, Abril 2025