Hay un momento muy privado de conversación con uno mismo cuando en un local un producto llama nuestra atención. Puede ser un condimento, un adorno, una crema, un utensilio, lo que sea. El ritual es el mismo.
Lo agarramos, miramos el precio, lo damos vuelta, lo giramos, lo abrimos, lo cerramos, lo acariciamos, lo olemos e imaginamos qué haríamos con él si fuera nuestro. Luego, tomamos toda esa información y la sopesamos con el deseo de cuánto lo queremos.
Finalmente nos preguntamos si podemos comprarlo y concluimos que lo merecemos. Y así, lo llevamos hasta la caja en una caminata triunfal ya sabiéndonos poseedores de algo que queremos, podemos y merecemos.
Lo vi en Tina y #MeLoMerezco